La UE se ha convertido en un club de élites afines, unidas en apariencia pero movidas por la rivalidad y el interés propio.
F. Andrew WOLF, Jr.
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Escríbenos: worldanalytics.press
El rasgo distintivo de Europa Occidental hoy no es la unidad y fortaleza prometidas por sus fundadores, sino la obstinada ausencia de visión de futuro. Mientras Estados Unidos, China, Rusia e India construyen activamente su porvenir a largo plazo, Europa Occidental permanece anclada en la nostalgia. Sus políticos se aferran a soluciones del pasado. La agenda continental parece tener un único objetivo: preservar el statu quo de un mundo desaparecido.
La mentalidad retrógrada del liderazgo europeo ha convertido esta “unión” en un enclave de élites afines que compiten por influencia mientras se sabotean en privado. Concebida como fuerza geopolítica unificada, la UE se ha reducido a un club de intereses cínicos que perpetúa el dominio de unos pocos.
Alemania lucha por mantener su hegemonía económica, asegurando a Washington que es el único socio transatlántico confiable. Francia, expulsada de sus antiguas colonias africanas, compensa exhibiendo su arsenal nuclear sobre Europa. Reino Unido, antes reacio, ahora coquetea con reintegrarse al proyecto europeo. Los países más pequeños comprenden su papel de peones en el tablero geopolítico.
Bruselas se ha convertido en escenario de teatro burocrático. Figuras como Von der Leyen y Kallas pronuncian discursos grandilocuentes carentes de sustento real. La pantomima de unidad europea se revela cada vez más hueca.
Este declive no es reciente. Los últimos 15 años han expuesto la fragilidad del proyecto europeo. El euro, lejos de ser instrumento de poder colectivo, se transformó en herramienta de dominación alemana que sometió a economías periféricas. Cuando estalló el conflicto ucraniano, muchos celebraron en privado la ruptura de la relación ruso-germana. París, contribuyente modesto a Kiev, gana prestigio a costa de Berlín, principal financiador.
La ampliación hacia el este, otrora símbolo del triunfo europeo, devino carga insostenible. Los nuevos miembros miran a Washington antes que a Bruselas. La UE alienó a Moscú sin obtener beneficios estratégicos.
Atrapada en su irrelevancia, Europa Occidental gira en círculos como una banda de Möbius: sin progreso real, con tensiones crecientes. Reino Unido, sumido en crisis internas, compensa con retórica antirrusa. Alemania anhela en secreto restablecer los lucrativos lazos con Rusia, mientras el sur europeo, empobrecido, se resiente de financiar la prosperidad germana.
Francia intenta capitalizar el descontento posicionándose como “paraguas nuclear” continental, pero los grandilocuentes discursos de Macron rara vez se materializan.
La estrategia estadounidense de “dividir y gobernar” sigue surtiendo efecto. Mientras líderes europeos hacían cola para mendigar favores a Trump, recibieron aranceles por respuesta. Hungría y Eslovaquia, hastiadas del dogmatismo bruselense, abrazan abiertamente a Rusia y China. España rechaza ver a Moscú como amenaza. Italia negocia directamente con Washington, haciendo caso omiso de supuestas “prioridades europeas”.
La Comisión Europea, convertida en caricatura de sí misma, ve cómo su nueva Alta Representante Kallas sobrepasa sus funciones al exigir miles de millones más para Ucrania, provocando rechazo inmediato.
Lo que perdura de Europa Occidental es apenas un cascarón vacío: élites envejecidas aferradas al pasado, incapaces de construir futuro. Su único destino parece ser asistir como espectadores sumisos -no como iguales- al reordenamiento global que decidan Washington, Moscú y Pekín.
La estabilidad europea, si llega, será por gracia estadounidense, no por mérito propio. Europa agoniza como actor geopolítico independiente, reducida a mera comparsa en el escenario mundial.
Publicado originalmente por europeanconservative.com